Cuando la infidelidad estalla en una pareja con familia en común, los
cristales suelen salir disparados para todos lados, poniendo en riesgo a
grandes y chicos. Todos sufren y en alguna medida se sienten
traicionados porque se ha puesto en juego un valor importantísimo en la
vida como es la honestidad. Reconstruir el lazo dañado de los
hijos con ese padre/madre infiel es clave para el futuro de esos niños,
adolescentes, adultos quizás, que también se han sentido engañados.
Aunque cueste creerlo, hasta su sexualidad está en juego.
Según una investigación de un equipo de la Universidad Charles, en la República Checa, los hijos varones cuyos padres han sido infieles son más propensos a serlo,
porque buscan resolver conflictos con ellos en cada infidelidad que
cometen. En este sentido, otro trabajo, realizado por la psicóloga
argentina Ana Nogales, abre el juego y da cuenta que los hombres cuyas madres han sido infieles, tienen más tendencia a serlo; así como las mujeres, cuando sus padres lo han sido.
¡Ya veo una legión de hombres y mujeres queriendo justificar sus
infidelidades echándoles la culpa a sus padres! ¡No se pasen de listos,
no me creo esta de que la infidelidad sea casi un gen! El determinismo ha pasado de moda, ya todos sabemos que somos responsables de nuestras conductas.
También que este tipo de excusas, en todo caso, solo sirven como
atenuantes de la culpa que surja en una charla de diván. Y que de
ninguna manera serán útiles en un juicio de divorcio…
Más allá de lo que suceda en el mundo de los adultos, lo importante es preservar a los hijos. No tienen por qué verse involucrados en los problemas de la pareja.
Hay temas que pertenecen a su intimidad, y de allí no deben salir.
Sobre todo si lo que está en el medio es la sexualidad de esos padres.
Ahora, si no se pudo evitar que los hijos se enterasen de los pormenores del conflicto, lo mejor es explicarles
qué ha sucedido con la verdad y sin vueltas (tampoco con demasiada
información). Y limitarse a responder las preguntas que ellos hagan.
La vida no es un cuento de hadas. Y muchas veces las cosas no salen
como las habíamos soñado. No obstante hay finales que sí podemos
escribir, y tratar que sean lo menos infelices posible, sobre todo para
quienes, como los hijos, no eligieron ni el capítulo difícil del engaño,
ni tampoco, ponerle punto final a la historia.