domingo, 23 de diciembre de 2012

Milagrosa recuperacion de un niño brutalmente mutilado

El niño no tenía que haber sobrevivido. Era prácticamente imposible. Cuando este de siete años ingresó en un hospital de Dhaka (Bangladesh), las visceras se le salían, literalmente, por la tripa por culpa de un navajazo que le había rajado el estómago. Tenía la cabeza abierta, de un golpe con un ladrillo. Tenía otro rajazo que empezaba en el pecho y se encontraba con el del estómago, formando una cruz invertida. Y otro golpe más de navaja le recorría el cuerpo en diagonal, lo que le dejó sin pene ni testículo izquierdo. Cuando entró en el centro médico su padre le suplicaba que no se muriera, empujándole con sus propias manos las vísceras para que se mantuvieran en su sitio. Pero el niño sobrevivió, contra todo pronóstico. Y ahora es el protagonista de una historia que podría cambiar para siempre las calles de Bangladesh.
Del niño -por respeto a su seguridad no mencionamos su nombre real; vamos a seguir la sugerencia de la CNN, que descubrió esta historia, de llamarlo Okkhoy, que en bengalí significa irrompible- todavía tiene hoy cicatrices por todo su cuerpo. Tiene nueve años y sufre pesadillas a menudo cuando apaga la luz. Su padre -llamémoslo Abed- tiene que consolarlo, diciéndole que mientras él esté allí, nada podrá pasarle.
No podrá volver a ocurrirle lo que le pasó aquel día a finales de 2010. Unos tres muchachos le sacaron de casa prometiéndole un helado. "Me insistían que fuera a un área. Y yo no hacía más que preguntarme '¿por qué?'", relata hoy. En cuanto intentó volver a su casa, unos hombres le metieron en un callejón. "Me maniataron y me dijeron que me iban a obligar a mendigar. Les dije: ' conozco a todos y se lo voy a decir a mi padre'". Entonces llegó el ataque: le golpearon con un ladrillo y él, por fortuna, perdió el conocimiento. No tuvo que sufrir la mutilación que vendría a continuación.
Lo abandonaron en un almacén, con la intención de tirarlo al río. Su madre lo encontró antes. "Apenas lo reconocí; estaba cubierto de sangre", recuerda. Sumida en la histeria y bajo el grito de "¿quién ha matado a mi hijo?" llevó el cuerpo a la carretera.
Este caso sería uno más de cuantos ocurren en el sur de Asia, una región asolada por mafias de mendigos que obligan a niños a pedir dinero en las calles para quedárselo ellos. Si tienen que mutilarlos para que den más pena y beneficiarse más de la compasión de los ciudadanos, lo harán. Pero este no estaba llamado a ser un caso más en un país que no hace nada por resolver este secreto a voces. Porque Abed, el padre, tuvo que pelear por el caso de su hijo cuando fue a poner una denuncia en la policía: descubrió que otra persona ya había denunciado el ataque, pero achacándoselo a dos niños pequeños.
"¿Dos niños pequeños son capaces de semejante brutalidad?", preguntó, incrédulo.
"Sí, ahora déjenos hacer nuestro trabajo", le respondieron.
El padre apeló a un juez, que le dijo que no se metiera en cosas de la policía. Pero justo ese día en el juzgado estaba Alena Khan, una abogada experta en derechos humanos. Escuchó el caso de Abed y decretó que "ningún niño debería pasar por esto". Al poco, la televisión local, contactada por Khan, estaba emitiendo la historia de Okkhoy.  Bangladesh entero estaba indignado, cinco sospechosos de la agresión habían sido detenidos. Luego, aparecían por televisión describiendo, con inquietante frialdad, el crimen que habían cometido.
El niño fue llevado a EEUU, gracias a la ayuda de un empresario Aram Kovach de ese país. La operación de Okkhoy en Estados Unidos (CNN). Dr. John Gearhart  úrologo infantil del Hospital Johns Hopkins, empezó a reclutar a colegas suyos dispuestos a donar su tiempo. Qatar Airways se ofreció a llevarlo hasta Baltimore gratis. Y Aram Kovach se empeñó en pagar los gastos de su estancia. "Dicen que los ángeles viven en el cielo", reflexionó entonces Abed. "Pero estas almas compasivas son prueba de que también viven en la tierra". Si los del cielo existen, sin embargo, fueron los que hicieron posible que, a pesar de todo lo que decían los tests que le hicieron a Okkhoy, se le pudiera reconstruir el pene de forma completa. Nadie se ha explicado aún ese milagro. Una historia que podría cambiarlo todo
Ahora a Okkhoy le queda el trance más significativo de todos. Ir a juicio y relatar su increíble historia, paso por paso. Para encerrar a este grupo de personas que, se sabe ahora, ha mutilado a varios niños de la edad de Okkhoy para que vayan a mendigar. El precedente legal podría cambiar la tragedia de la mendicidad en Bangladesh para siempre.